
Pero qué salaus son los gatos. Comen, hacen sus necesidades en la piedrecitas, se las limpias, las vuelven a marcar, duermen, juguetean, vuelven a dormir, se duchan a su manera y cómo no, piden mimos de vez en cuando. Es un negocio mutuo fácil de llevar. No causan demasiados problemas, sobretodo si les dejas que se hagan la cama sobre ti cuando te estás quedando dormido delante del televisor.
Y ahí empiezan los problemas: con la tele. Un día al gato se le cruzan los cables y decide que no puedes verla más. Empieza a conspirar para que no te enteres de lo que estás viendo. Maulla alto como cuando está en celo, se te roza por la cabeza porque entiende que lo último es que estés agusto, da algún salto en el que por supuesto se llevará algo por delante, te hace creer que está muerto de hambre pero cuando le viertes comida en el plato no prueba ni gota, rasga la última revista que compraste y que aun estaba por leer, y si es muy rencoroso, la marca y, cómo no... el más difícil todavía: se afila las uñas en el sillón nuevo que te costó una pasta.
Este es el tercer gato que tengo y, si bien los adoro, me voy a informar antes de que el tema se me vaya de las manos... si hace falta buscaré un encantador de gatos. Lo sé, esto me pasa por coger un gato común. Pero es que Zurraspas es tan salau...
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