lunes, 31 de agosto de 2009

Treinta y uno de agosto

Cuando era pequeño el treinta y uno de agosto era sinónimo de frontera. Era la línea que separaba la diversión del verano, de la inminente vuelta al colegio. Nunca me costó volver a las clases, es más, siempre fui uno de esos chicos empollones que una semana antes del comienzo ya estaba nervioso, teniendo el sueño espantado noche sí y noche también. Estaba ansioso por comprar los lapiceros, rotuladores, reglas, cuadernos y demás material escolar que año tras año estrenaba, aunque tuviera el estuche repleto del curso anterior. Ni qué decir el olor de los libros de texto nuevos, recién sacados de la imprenta, humeantes de conocimiento como humea el pan recién cocido. Todavía no era consciente del significado de la palabra consumismo, si bien mi madre me echaba la charla -cual discurso político-, año tras año mientras forraba los libros . Era un evento casi místico para mi. Sentado a su vera cortándole el celo.

1 comentario: